Mis ojos no vinieron para morder olvido
Tantas han sido las heridas que han dejado en nuestros pueblos de América, tantas las contradicciones en las que han caido muchos, tantos que mancillaron la dignidad de nuestros pueblos, pero aun así seguimos siendo más y la historia sigue dando la razón dejando a la luz la verdad: Pinochet está donde siempre debió haber estado, su séquito más abandonado que nunca, y sus brazos políticos más repulsivos que antes. Por más que el presidente equivoque el rumbo adoptando la más errada política de derechos humanos que podría haber tomado, la historia seguirá en nuestras manos. Ante esto quiero compartir uno de mis poemas favoritos de Neruda, del mejor texto de historia y geografía de nuestra América, el cual cada 11 de septiembre asume un valor, una potencia que impregna a quien pasa por sus letras. En honor a cada uno de aquellos anónimos y no anónimos que entregaron sus vidas o su integridad por los mismo sueños que hoy nos deben seguir moviendo: Un Chile verdaderamente humano, este poema del vate que es mi humilde homenaje:
Tal vez, tal vez, el olvido sobre la tierra como una copa
Puede desarrollar el crecimiento y alimentar la vida
(puede ser), como el humus sombrío en el bosque.
Tal vez, tal vez el hombre como un herrero acude
A la brasa, a los golpes del hierro sobre el hierro,
Sin entrar en las ciegas ciudades del carbón,
Sin cerrar la mirada, precipitarse a bajo
En hundimientos, aguas, minerales, catástrofes.
Tal vez, pero mi plato es otro, mi alimento es distinto:
Mis ojos no vinieron para morder olvido:
Mis labios se abren sobre todo el tiempo, y todo el tiempo,
No sólo una parte del tiempo ha gastado mis manos.
Por eso te hablaré de estos dolores que quisiera apartar,
Te obligaré a vivir una vez más entre sus quemaduras,
No para detenernos como una estación, al partir,
Ni tampoco para golpear con la frente la tierra,
Ni para llenarnos el corazón con agua salada,
Sino para caminar conociendo, para tocar la rectitud
Con decisiones infinitamente cargadas de sentido,
Para que la severidad sea una condición de la alegría, para
Que así seamos invencibles.
Pablo Neruda.
La Arena Traicionada.
Canto General.