viernes, julio 27, 2007

Reivindicando el viaje a la semilla.


No por nada se ha escrito que todo ya ha sido dicho, de una u otra forma, por los clásicos, y que todo el desarrollo intelectual posterior no sería más que pies de páginas explicativos de las magnas obras griegas.

Tales apreciaciones, magnificadas por cierto, son explicables sólo si uno se da el tiempo de leerlos, de emprender, como Carpentier, un viaje a la semilla, al origen del pensamiento, de nuestra forma de ver el mundo, particular y especialmente, a nosotros mismos…y de esa forma uno no puede menos que quedar con una mezcla entre maravilla y decepción. Me explico, decepción ya que uno se da cuenta que con varios autores -y uno mismo al leerlos- no hace más que descubrir América…y varias veces; la maravilla por el hecho de que cosas así hayan sido dichas 2500 años atrás.

Para ejemplificar, unas cuantas citas: “Los hombres cometieron y sufrieron la injusticia alternativamente; experimentaron ambas cosas; y, habiéndose dañado por mucho tiempo los unos a los otros, no pudiendo los más débiles evitar los ataques de los más fuertes, ni atacarlos a su vez, creyeron que era de interés común impedir que se hiciese y que se recibiese daño alguno. De aquí nacieron las leyes y las convenciones. Se llamó justo y legítimo lo que fue ordenado por la ley.” (Platón, La República, libro segundo). De seguro, si no se explicitara la fuente, cualquiera creería que es una cita contractualista, de inspiración ilustrada: destacaría que el estado de naturaleza, de guerra de todos contra todos, al ser indeseable –y las personas racionales por presupuesto- los hombres se unen entre sí y se dan un orden social. Pero, lo cierto es que tales ideas ya fueron enunciadas mucho antes, el desarrollo posterior vino a precisar conceptos, y asumir una fuerza histórica invaluable por el contexto en el que se plantearon -me refiero al valor de expresar dichas ideas bajo un régimen de monarquía absoluta-, pero lo dicho…dicho y escrito está.

Sigamos con los ejemplos: “Este Estado no es uno por su naturaleza, sino que encierra necesariamente dos Estados: uno compuesto de ricos y otro de pobres, que habitan el mismo suelo y que se esfuerzan sin cesar en destruirse los unos a los otros”. (Platón, La República, libro octavo). Hagamos el ejercicio de cambiar “dos Estados”, por clases y precisemos -contextualización mediante- burgueses y proletarios, ya obligadamente tendríamos que cambiar al autor, de Platón a Marx. Mismo ejercicio se puede hacer en la siguiente: “Pero lo que es imposible es que los mismos sean a la vez pobres y ricos, y por esto parecen ser éstos por excelencia las partes de la ciudad, es decir, los ricos y los pobres. Y por el hecho, además, de ser de ordinario los primeros pocos y los segundos muchos; se presentan estas partes como clases antagónicas dentro de la ciudad, de suerte que una y otra establecen los regímenes políticos con vistas a su respectiva supremacía”. (Aristóteles, La Política, libro cuarto, III).

Los ejemplos así abundan, y de seguro ya se ha escrito mucho sobre esto…por ahora, me resigno a no descubrir Américas.

Así, no pretendo demostrar lo ya demostrado- me refiero a los puentes o filiaciones intelectuales en la historia del pensamiento-, ni pretendo explicitar acá la sabiduría e importancia de leer a estos autores –sería como decir que lo bueno es bueno-; si no, por el contrario, exponer que los progresistas, que estamos débiles en desarrollo ideológico, no nos hará mal hacer el esfuerzo de leerlos en nuestra clave, de iniciar un camino de desarrollo teórico con bases sólidas, y eso lo podemos hacer si volvemos atrás… y no sólo a Marx para criticarlo con Giddens o hacernos Habermasianos como caballos de feria(para creernos más izquierdosos), el viaje, es más largo. El valor de emprenderlo, no sólo es tener bases sólidas para nuestro edificio teórico, sino, también, darle amplitud a la justificación (fundamentación o justiciabilidad) de nuestros planteamientos, en fácil, que más compartan lo que pensamos y hacemos, ya que de esta manera levantamos nuestras ideas desde donde se levantan el mínimo moral/ético común de nuestras sociedades.

De igual manera, no podemos soslayar la tradición kantiana, como excelsa expresión liberal, y tomar la robusta fundamentación de la libertad y poner a su lado nuestros pilares de argumentos por la igualdad material que no obste a las diferencias de los individuos. Sólo podemos llegar más arriba si nos paramos sobre los más grandes, así se pueden alcanzar las estrellas como quería Recabarren según Victor Jara.

Esta tarea no es sólo de los teóricos que militan en nuestras filas -que por cierto tienen la tarea hecha-, es de todos y todas los militantes de a pie de hacernos partícipes de nuestro discurso con su fundamentación… ya admitimos que nuestra fuerza serán las ideas, nuestros ejércitos los argumentos y sus armas la palabra, cambiar el mundo implica convencer a los demás que aquello es lo mejor.

Y por último, me permito un excurso con una cita de Platón, apropósito de la austeridad en que deben vivir los guardianes de la República: “Porque desde el momento en que se hicieran propietarios de tierras, de casas y de dinero, de guardianes que eran se convertirían en empresarios y labradores, y de defensores del Estado se convertirían en sus enemigos y sus tiranos; pasarían la vida aborreciéndose mutuamente y armándose lazos unos a otros; entonces, los enemigos que más deben temerse son los de dentro, y la República y ellos mismos correrán rápidamente hacia su ruina”. Entonces, si Platón es un gran sabio, habrá que hacerle caso; luego, ¿podemos dejar que Piñera sea Presidente?. Un ejemplo de que también podemos sacar respuestas prácticas y no sólo teóricas de estos grandes.

miércoles, julio 04, 2007

Igualdad y Diferencias.


Igualdad y diferencias.



La realidad de las diferencias en las sociedades pluralistas y democráticas es insoslayable: católicos, protestantes, musulmanes, izquierdistas, derechistas, homosexuales o heterosexuales, hombres y mujeres. La diversidad como el quiebre de la unidad del discurso moral es un hecho de la modernidad (nos guste o no).

Desde el siglo XVIII tanto la tradición liberal, como la socialista consideran a la persona como un valor: la dignidad humana es el centro del orden social y político que se busca. Esto no es más que considerar a cada persona como libre e igual a las demás.

Con la consolidación de la democracia se consideran aquellos principios como presupuestos esenciales, que Gregorio Peces-Barba considerara síntesis de un proceso histórico dialéctico de fundamentación y positivización de los derechos humanos, es decir, (y en fácil) los derechos humanos no son ni de los liberales ni de los socialistas, son hijos de ambos.

Pero libertad e igualdad no son antitéticas, al contrario, van de la mano. Su relación no es sólo ser hermanas históricas de nacimiento, su relación se plantea también teóricamente: sólo se puede ser igual (formalmente) en tanto se es libre, y sólo se puede ser libre en tanto se es (de un mínimo) igual (materialmente).

Se es igual, ya que se es libre, pues al considerar a la persona humana un valor, se considera dentro de ella todos los distintos individuos. La igualdad acá es un igual valor asignado a todas las diferentes identidades que hacen de cada persona un individuo diferente de los demás y de cada individuo una persona como todas las demás. Esta es la igualdad formal. Acá se tutelan las diferencias, ante lo que se postula la tolerancia y la libertad de construir libremente nuestros proyectos de vida. Ninguna persona puede ser igualmente valorada como las demás si se le discrimina considerando aquellos elementos constitutivos de su identidad, es decir, ningún homosexual puede ser igual persona como todas las demás si se le discrimina por ser homosexual.

Se es libre, porque se es mínimamente igual desde un punto de vista material. Acá la igualdad es un desvalor asociado a las diferencias de orden económico y social de los que provienen los obstáculos que, limitando de hecho la libertad y la igualdad de los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana. Esta es la igualdad sustancial[1]. Esto no es sólo un valuarte de la tradición socialista: si bien a un liberal le duele la pobreza en tanto limita la igualdad de oportunidades, y a un socialista le duele la pobreza como expresión de la desigualdad; a ambos le duele y no pueden menos que estar de acuerdo en que es necesario un mínimo de igualdad material que permita la libre expresión de la personalidad: ¿cuál es ese mínimo? he ahí una gran discusión, pero de que hay un importante acuerdo… lo hay.

Esta breve fundamentación de los principios vertebrales de la modernidad, es presupuesto necesario para hacer una crítica a la realidad con que chocan. Sólo así podemos entender por qué es correcto defender las diferencias y luchar contra las desigualdades, o dicho de otro modo, por qué no es contradictorio defender ley de cuotas, anti-discriminación, acciones afirmativas en pos de los discriminados y luchar por la igualdad en nuestra sociedad. Nuestra igualdad como progresistas no es igualizar individuos, si no considerar a cada persona tan igual como todas las demás

Es un hecho que en Chile las mujeres están infra-representadas políticamente, y subvaloradas socialmente: de lo primero es muestra que conformen tan sólo el 12,6 % del Parlamento[2], de lo segundo su casi 40% de participación en el mercado laboral y su cercano 30% menor remuneración por igual trabajo en promedio[3]. El género, en conformidad a otros elementos constituye la identidad de cada persona, su no discriminación es necesaria para la expresión de la libertad y la igualdad, pero en Chile se le discrimina a una mujer por el hecho de ser mujer y si es lesbiana, además (!), por el hecho de serlo (y la lista puede seguir: joven, indígena, atea, pobre…)

La experiencia internacional ha demostrado el éxito de las leyes de acción afirmativa en materia de representación política, en particular, la ley de cuotas[4]. Así, el tema no es que acá se esté discriminando a los hombres, ni que se establezca una “especie” de discriminación hacia las mujeres…lo que está en juego es más de fondo ¿queremos ser una sociedad libre y justa o no? Si la respuesta es un sí (y teniendo presente que quien quiere el fin, quiere los medios) entonces se quiere una ley de cuotas, una antidiscriminación y un reconocimiento constitucional de las minorías étnicas.

Aquellas leyes no implican establecer una supuesta desigualdad hacia las mujeres o minorías, no implica ser incoherentes con la incansable lucha por la igualdad; muy por el contrario, conllevan ser leales y consecuentes con ella. En suma, es luchar por la igual consideración de los diferentes individuos como personas como todos los demás y a cada persona digna de vivir una vida que materialmente le permita ser libre y poder desarrollarse plenamente.


[1] Estas ideas son excelsa síntesis de Luigi Ferrajoli en su obra: Derecho y Razón.

[2] FLACSO CHILE, IDEA. Cuotas de Género, Democracia y Representación. Santiago, Chile. 2006.

[3] VALDÉS, Ximena. Lo Privado y lo Público: lugares de desigual disputa. Mesa de Agenda Progénero, realizada por la Fundación Chile 21, con apoyo de la Fundación Friedrich Ebert y la División de Estudios del Ministerio Secretaría General de la Presidencia.

[4] FLACSO CHILE, IDEA. Op. Cit.