jueves, diciembre 01, 2005

“Una visión cultural de la forma de estado en Chile”.

Es común escuchar la idea de una “cultura centralista”, basada en nuestro inherente autoritarismo que constituiría la más cotidiana de las realidades, producto de nuestro desarrollo histórico, ya sea por un largo periodo de necesidad, ya sea por una característica de nuestra cultura.
Es así como este tema ha sido desarrollado tanto por autores progresistas, como conservadores, teniendo ambos en común el reconocer esta característica en nuestra sociedad. Los primeros proponiendo la necesidad de cambiar esta característica cultural, como su consecuente “cultura centralista”, mientras que los más conservadores han planteado la necesidad de aquel gobierno fuerte en el progreso de nuestro país.
Es así como en nuestra investigación hemos analizado esta característica, para lo cual nos basaremos en el texto de Eugenio Ortega “Cultura Centralista: Obstáculo para una regionalización efectiva”, en la obra de Jorge Larraín “Identidad Chilena” y en el último informe del PNUD sobre Desarrollo Humano: “El poder: para qué y para quiénes”.
Ortega plantea que no existe en nuestro país un debate político capaz de revertir la cultura centralista, es decir, esa cultura producto de nuestro desarrollo histórico-político que ha ubicado a las decisiones en el centro de nuestro país, convirtiendo a las regiones en meros receptores de las políticas ya decididas en el debate del centro. Esto claramente es cuestionable desde el punto de vista de una democracia como principio político, esto es, más participación en las decisiones por parte de los ciudadanos, tanto para incidir en su realidad inmediata, como regional y nacional. Ante esto, ni siquiera los sectores más progresistas del debate político han sido capaces de levantar un discurso que se alce como alternativa a esta realidad. “Así como no hay fuerza en el centro que ceda poder a las regiones, tampoco hay en las propias regiones para exigirlo”[1], “no existe, a mi entender, un movimiento, una capacidad de conciencia que apoye (...): más descentralización, más participación, más sustentabilidad, es decir, más democracia. No existe en el país un movimiento regionalista de fondo contra el centralismo(...)”[2]. Así la tarea sería comenzar a desarrollar un movimiento que impulse un proceso que genere un discurso capaz de incidir políticamente en el centro, presionando desde él y desde las regiones para poder realizar una forma de estado democrática.
Por otro lado, esta la tesis del profesor Larraín, según la cual podemos decir que este centralismo chileno se ha visto fortalecido y perpetuado hasta ahora, debido al característico autoritarismo de nuestra sociedad: “Esta es una tendencia o modo de actuar que persiste en la acción política, en la administración de las organizaciones públicas y privadas, en la vida familiar y, en general, en la cultura chilena, que le concede una extraordinaria importancia al rol de la autoridad y al respeto por la autoridad”[3]. Como esta autoridad, por el desarrollo histórico-político se ha concentrado en la capital, este “culto” a la autoridad ha tenido por “Vaticano” la capital, quien ha decidido los destinos de los demás territorios del país.
Así, teniendo por realidad en Chile el centralismo, producto de la historia, esto se ha visto reforzado por características político-sociales: la ausencia de sectores políticos relevantes que presionen desde la estructura estatal central, como desde las regiones para una mayor democratización (descentralización); y por otro lado, el autoritarismo que sirve de elemento regenerador del centralismo, ya que al existir este excesivo “respeto” a la autoridad, la cual esta en el centro, se mantiene el status quo de centralismo.
De lo anterior se seguiría un no auspicioso futuro a la democratización (descentralización), sin un antes previo “cambio cultural”, que lleve a uno político y consecuentemente legal. Sobre esto es importante analizar el último informe sobre Desarrollo Humano del PNUD, en donde se revela: “El quinto Informe sobre Desarrollo Humano en Chile tiene un mensaje único y claro: hoy las per­sonas tienen ganas de ser más y mejores, y para ello quieren ser protagonistas de los proyectos personales y colectivos en los que se involucran no meros espectadores o beneficiarios.”[4]
Esto nos hace cuestionarnos sobre la posibilidad de que tal ansiado cambio cultural esté llegando a nuestra sociedad, es decir, que toda la atávica tradición autoritaria se está dejando definitivamente relegada en los anales de la historia, para dar un paso definitivo hacia la democratización. Probablemente esta duda peque de ingenua, pues es necesario más y mejores pruebas para poder afirmar algo así; pero sí es, a lo menos, una prueba de que tomamos el “buen camino”.
Sobre este “buen camino” para el cambio cultural, es interesante resaltar lo que el informe señala : “deficiente distribución del poder”, como un obstáculo para aprovechar las mayores oportunidades producto del desarrollo económico, debido a la insuficiente disposición del poder social y una deficiente distribución del poder de acción personal. Esto muestra que es necesario acabar con las prácticas autoritarias, que los chilenos se sienten preparado para ello, e incluso una importante mayoría lo demanda. Respecto a esto último la creciente visión crítica que están teniendo los chilenos respecto a la organización del poder en nuestro país: “Las personas reconocen (...) que la manera en que se organiza el poder en Chile se alza como un obstáculo para la realización plena de (sus) oportunidades. La organización del poder social se percibe como dominada por una matriz de “autoritarismo y sumisión”, la cual produce un orden asimétrico de dignidades. Por lo mismo, esto es vivido por algunos como abuso y humillación.”[5] Esto deja de manifiesto la necesidad de cambiar las lógicas de las relaciones de poder.
Básicamente, “este informe es una invitación a conversar sobre el poder. Poner el tema sobre la mesa es el primer paso para hacerse cargo de él, situar sus particularidades históricas, confrontarlo con las exigencias del momento y las demandas de la ciudadanía; pensar formas alternativas y más adecuadas de organizarlo.”[6]

En suma, se ha dicho que debido a nuestra tradición histórica pareciera ser que el centralismo tiene por componente cultural el autoritarismo. Este centralismo que limita la realización plena de nuestra democracia tiene por elementos la ausencia de un discurso tanto en el centro, como desde las regiones que sea capaz de impulsar políticas de descentralización; por otro lado, el autoritarismo se comporta como fuerza centralizadora, siendo esto característico de nuestra cultura. Esto último pareciera estar cambiando, por las conclusiones que se siguen del último informe del PNUD. Lo anterior es de gran importancia en relación a la forma de estado en nuestro país, ya que el inicio de un cambio cultural permitiría el debate sobre nuevas formas de organizar el poder, y de esta forma dejar atrás, a lo menos como “dogma de fe de nuestra República”[7], el partir definiendo a nuestro Estado como unitario.



[1] ORTEGA, Eugenio. Cultura centralista: Obstáculo para una regionalización efectiva, en Revista Ambiente y Desarrollo. Volumen XVIII. Número 2-3-4. 2002. 147 pp.
[2] Ibid. 147 pp.
[3] LARRAÍN, Jorge. Identidad Chilena. Santiago de Chile, editorial LOM, 2001. 226 pp.
[4] Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD: “El poder para quién y para quiénes”. [en línea] Disponible en Desarrollo Humano en Chile <> visitado 25-10-05.
[5] Ibid.
[6] Ibid.
[7] FERRADA B., Juan Carlos. El Estado regional chileno: lo que fue, lo que es y lo que puede ser.