viernes, marzo 07, 2008

Libertad, igualdad y tribus urbanas.

La realidad de las diferencias en las sociedades pluralistas y democráticas es insoslayable: católicos, protestantes, musulmanes, izquierdistas, derechistas, homosexuales o heterosexuales, hombres y mujeres. La diversidad como el quiebre de la unidad del discurso moral es un hecho de la modernidad (nos guste o no, si no desafíen a un opusdei a que convenza de su “verdades absolutas” a un comunista, liberal, socialdemócrata o cristiano progresista sobre cuál es la sociedad justa… el sistema democrático no es sino respuesta a este hecho ante la necesidad de acuerdos).

Desde el siglo XVIII tanto la tradición liberal, como la socialista consideran a la persona como un valor: la dignidad humana es el centro del orden social y político que se busca. Esto no es más que considerar a cada persona como libre e igual a las demás. Es por ello, que tanto el estado como el derecho no pueden si no ser justificados, legitimados desde la persona como valor: ya no pueden concebirse como hechos naturales… al final del día, como realidad impuesta por alguna autoridad suprahumana… dios, dioses o algo parecido; como declarara Nietzsche, lo relevante no es que exista o no dios, si no que la modernidad prescinde de estas autoridades suprahumanas. Volver a atrás, y buscar justificaciones metafísicas (dios, la verdad en absoluto, el ser en sí… cosas por el estilo) a la política no es sustentable en la modernidad, y quienes utilizan esto en el discurso político lo hacen como recurso desesperado a la ausencia de razones capaces de convencer en el juego democrático… ¿no es acaso fácil estar contra ciertas actuaciones morales aduciendo que va contra lo que dios estableció?, ya que, en último término, dios en la boca de las personas puede justificar cualquier cosa: ¡cuántas matanzas no han habido en su nombre! (si hasta hubo quienes así justificaron el ilegítimo 11 de septiembre de 1973)

Con el avance del proceso democratizador se institucionalizan las ideas del autogobierno –única forma del ejercicio de la autoridad entendible como legítima- y los derechos humanos –expresión de entender a la persona humana como valor-, estos últimos son considerados por Gregorio Peces-Barba síntesis de un proceso histórico dialéctico de fundamentación y positivización, es decir, (y en fácil) los derechos humanos no son ni de los liberales ni de los socialistas, son hijos de ambos.

Pero libertad e igualdad no son antitéticas, al contrario, van de la mano. Su relación no es sólo ser hermanas históricas de nacimiento, su relación se plantea también teóricamente: sólo se puede ser igual (formalmente) en tanto se es libre, y sólo se puede ser libre en tanto se es (de un mínimo) igual (materialmente). Esto es lo que raya la clara línea de diferencia entre los izquierdismos totalizantes o igualadores y el actual neoliberalismo salvaje –Excurso: ¡cuán importante es dejar las cosas claras en política!, por ello lo sectores que lo hacen reciben el entusiasmo de la ciudadanía (veamos los casos del socialismo de Zapatero o las propuestas demócratas en EE.UU)-.

Así, primero, se es igual, ya que se es libre, pues al considerar a la persona humana un valor, se considera dentro de ella todos los distintos individuos. La igualdad acá es un igual valor asignado a todas las diferentes identidades que hacen de cada persona un individuo diferente de los demás y de cada individuo una persona como todas las demás. Esta es la igualdad formal. Acá se tutelan las diferencias, ante lo que se postula la tolerancia y la libertad de construir libremente nuestros proyectos de vida. Ninguna persona puede ser igualmente valorada como las demás si se le discrimina considerando aquellos elementos constitutivos de su identidad, es decir, ningún joven puede ser igual persona como todas las demás si se le discrimina por como se viste, habla, se pinta su rostro, etc.

Segundo, se es libre, porque se es mínimamente igual desde un punto de vista material. Acá la igualdad es un desvalor asociado a las diferencias de orden económico y social de los que provienen los obstáculos que, limitando de hecho la libertad y la igualdad de los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana. Esta es la igualdad sustancial. Esto no es sólo un valuarte de la tradición socialista: si bien a un liberal consecuente le duele la pobreza en tanto limita la igualdad de oportunidades, y a un socialista le duele la pobreza como expresión de la desigualdad; a ambos le duele y no pueden menos que estar de acuerdo en que es necesario un mínimo de igualdad material que permita la libre expresión de la personalidad: ¿cuál es ese mínimo? he ahí una gran discusión, pero de que hay un importante acuerdo… lo hay. Por ello, la idea de un mínimo de derechos sociales parece no estar en discusión para estas dos tradiciones: al menos se pueden postular dos derechos que se han entendido presupuestos democráticos, el derecho a la educación y a la sobrevivencia.

Esta brevísima y superficial exposición de principios vertebrales de la modernidad, es presupuesto necesario para hacer una crítica a la realidad con que chocan. Sólo así podemos entender por qué es correcto defender las diferencias y luchar contra las desigualdades, o dicho de otro modo, por qué no es contradictorio defender ley de cuotas, anti-discriminación, acciones afirmativas en pos de los discriminados y luchar por la igualdad en nuestra sociedad. Nuestra igualdad, como progresistas, no es igualar individuos; ni una igualdad reducida a algo meramente formal a la platónica que sea desmentida con fuerza por la realidad… si no considerar a cada persona tan igual como todas las demás y que esto no sea truncado por la realidad.

Así, si tenemos que de hecho existen barreras que obstruyen la libertad expresada en desigualdades materiales, ese hecho será considerado injusto tanto por liberales como socialistas… así será plenamente ajustado a la libertad e igualdad que a través del Estado se realicen acciones positivas que eliminen tales restricciones. Esto, que parece ser algo terrorífico para los neoliberales (especialmente a los conservadores respecto de las acciones afirmativas para mujeres y minorías), es exactamente homologable a las prestaciones –acciones positivas- que realiza el estado para defender sus idolatradas libertades de actividad económica, tráfico de la propiedad y la propiedad misma… ¿no es acaso una acción positiva los gigantescos gastos públicos en Policías para la defensa de la propiedad, la institucionalidad de la libre competencia para la libertad económica o el sistema electoral para los derechos políticos?

Últimamente han aparecido con fuerza estos grupos juveniles que se visten llamativamente, hablan distinto y se divierten de formas distintas… obviamente, a las mentes autoritarias legatarias de nuestro pasado oscuro -cuyos secuaces aún rondan por el Parlamento- esto molesta: ¿cómo no va a molestarles que los jóvenes hoy sean más conscientes de su libertad y la ejerzan…que sean más tolerantes, abiertos de mente, dispuestos a entender que su cuerpo les pertenece y que su libertad son algo irreductible, que ni los padres pueden apropiarse ni de sus sueños, vida…en suma, de sus propios proyectos de vida?

Los defensores del régimen democrático debemos estar contentos de estos avances hacia la libertad: hoy los jóvenes son más libres y están conscientes de ello, sus vidas ya no serán vividas por autoridad alguna (patriarcal o estatal), si no por ellos mismos.

Pero estos avances, también chocan con los lados oscuros de nuestro país: neonazis (¿!) que golpean a quienes son distintos, legislación arcaica que no reconoce la diversidad, los sectores conservadores negándose a reconocer esta libertad (ejemplo, la respuesta a la moción del diputado Enríquez-Ominami sobre la legalización del matrimonio homosexual). Como siempre, la sociedad va adelante, la clase política…ni siquiera atrás, como decía Tironi, si no que en cualquier otra parte, yo diría en su propio universo paralelo (sino consulten cualquier encuesta y vean el nivel de identificación de la ciudadanía con los actores políticos en Chile).

Así, en suma, quienes defendemos la libertad conectada a la igualdad no podemos menos que alzar la voz: la ley anti-discriminación es necesaria: la democracia lo exige! Están plenamente justificadas las acciones estatales dirigidas a la defensa de la tolerancia, corolario de la libertad… hacerlo es una deuda democrática de la clase política (obviamente parece ser sólo asumible por los progresistas), al menos, con los jóvenes que hoy desarrollan su identidad en ejercicio de su libertad en las llamadas tribus urbanas... no hacerlo es una atentado frontal a la igualdad y la libertad.