martes, marzo 06, 2007

Transantiago: Santiaguinos ante el dilema del prisionero.


El pasado mes Carlos Peña escribió en su columna de El Mercurio, que "A primera vista, el mejor transporte público es el que cada uno preferiría para sí. Pero eso, tarde o temprano, conduce al desastre. Una micro en cada esquina, largos recorridos y alta frecuencia producen costos sociales -contaminación, lentitud, accidentes- que no podemos pagar." En el mismo sentido se ha manifestado Patricio Navia. No pueden tener más razón.
El caso del transporte público demuestra que las decisiones tomadas desde parámetros meramente individuales pueden llevar a una completa irracionalidad sistémica (subutlización de recursos) y a costos colectivos altísimos que no deberíamos pagar, ni estar dispuestos a ello (externalidades económicas moralmente injustificables. v. gr. las guaguas del sector poniente que cada invierno morían por la alta contaminación). Su resultado claro fueron las micros amarillas, el Transantiago la solución planteada.
Los santiaguinos durante muchos años nos acostumbramos a un sistema de transporte público en donde teníamos líneas hasta por nuestros pasajes y paraderos en la esquina que se nos antojase, sobrepoblación de micros casi vacías pasando por las mismas calles (Alameda)... Santiago era una selva en donde el más fuerte se podía subir a una micro ( si no, pregúntenle a cualquier escolar o minusválido).
Transantiago plantea la necesidad de la cooperación social (antaño y manoseada solidaridad...que, para ser exactos, apellidaremos cívica), el cambio de paradigma de la racionalidad a utilizar (de una solamente individual, a una colectiva... ¿no es acaso esa una tarea del Estado?). Los santiaguinos estamos ante el dilema del prisionero.
Famoso es el siguiente dilema en donde la policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos, y tras haberlos separado, los visita a cada uno y les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos permanecen callados, todo lo que podrán hacer será encerrarlos durante seis meses por un cargo menor. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. ¿qué es lo mejor?
La solución que la racionalidad individual da a este dilema es un resultado irracional coletivamente: el incentivo a traicionar al otro recluso es altísimo (quedar libre) y las pérdidas individuales nulas, así, individualmente lo óptimo es delatarlo. Mientras que si ambos siguen la misma solución (que individualmente es la más racional, pero coletivamente irracional) ambos pierden necesariamente pues estarán presos por 6 años (es decir, no existe minimización de las pérdidas, individualmente). Esto es una solución de suma cero, es decir, uno gana totalmente siempre y cuando el otro pierda totalmente, lo cual tan sólo es sostenible si fuéramos náufragos en una isla virgen... no funciona en una ciudad de 5 millones de habitantes. En el sistema antiguo: unos ganaban ¿totalmente? (servicio de transporte urbano) mientras otros perdían, incluso, totalmente (muertes por contaminación, subutilización recursos, etc).
Desde un punto de vista colectivo, si ambos prisioneros cooperaran mutuamente, ambos tendrían una pena baja (sólo 6 meses), sin embargo, ambos minimizan la pérdida máxima y el juego no es suma cero, si no que llegamos aun equilibrio de nash, es decir, ningún prisionero se beneficia cambiando su estrategia mientras el otro no cambie la suya y así llegan a un óptimo en donde ninguno pierde totalmente, ni ninguno se lleva la pelota para la casa (¿no es eso solidaridad... lo tan cercano al socialismo anhelado o la democracia con su civilidad que la alegría traería?). La cooperación es necesaria para soluciones racionales.
Con lo anterior quiero mostrar que en su gran mayoría los santiaguinos han juzgado el sistema desde criterios mera y solamente individualistas, y que es imprescindible para el buen funcionamiento de un sistema de transporte la cooperación... si nos llenamos de delatores , Santiago será una selva (como lo era con las micros amarillas).
Por ello, cuando escuchamos a la presidenta Bachelet estar dispuesta a arriesgar su popularidad por el funcionamiento de la reforma al sistema de transporte público...escuchamos la voz de una estadista, y no queda más que apoyarla como socialistas, demócratas o, sencillamente, ciudadanos. Tampoco yerra el diputado radical que calificó a los boicoteadores y críticos ácidos del sistema como antipatriotas, ya que su racionalidad individualista (cálculos electoreros) sólo nos lleva a la barbarie.
Por otra parte, es necesario precisar que no soy ciego ante los evidentes errores y fallas del sistema, que existen zonas con pocos recorridos, poco frecuentes o inexistentes... pero eso no debe empañar la decisión de una Jefa de Gobierno en actuar por la dirección de la planificación central que en definitiva es el camino correcto, racionalmente, para un Santiago que no es una isla virgen, sino una gran ciudad con intenciones de desarrollo.
Lo anteriormente dicho, demuestra también, que es plenamente necesario y justificado que el Estado intervenga empresas si estas no están funcionando como debieran.
Bachelet muy bien lo sabe, los niños y niñas de Chile, en este caso de Santiago y especialmente los del sector poniente, no pueden esperar.